¿A quién no le gustaría que lo lleven a un lugar sin gastar un solo centavo? Con lo costosa que está la gasolina y el pasaje de bus (en algunos lugares), dirías que sí sin pensarlo dos veces.
Básicamente, de eso se trata cuando vas a pedir aventón o dedo, y cada persona que lo haya hecho ha tenido una experiencia buena, regular o mala. Pero en mi caso, puedo decir que fue buena, aunque con un poco de riesgo incluido.
Estaba quedándome unos días en la ciudad de Cuenca, Ecuador, y decidí ir a conocer el Parque Nacional Cajas. Tomé un bus temprano en la mañana y así aprovechar más el día. Llegué, y recorrí el sendero que le da la vuelta al lago, lo cual me tomó un poco más de dos horas.
Luego de todo ese tiempo caminando bajo el frío y a unos 3,900mts de altura, estaba demasiado exhausto para continuar los demás senderos, así que opté por regresarme a la entrada.
Fui hasta la parada a esperar que pasara el bus de vuelta a Cuenca, pero después de unos minutos esperando en vano, preferí hacer dedo (reconozco que soy demasiado impaciente cuando se trata de esperar el bus).
No sé si tuve mucha suerte o es que tenía que suceder, pero el primer auto que le hago la señal se detiene. Entré a la camioneta y el conductor era un señor que venía de Guayaquil con rumbo a Cuenca. Fue cuando arrancamos y avanzamos unos cuantos metros que el señor me dijo que una de las llantas delanteras había sufrido un pinchazo.
Él se detuvo por mí pensando que yo era un local y que yo lo iba a ayudar a encontrar un taller para reparar su neumático. Le dije que era de Panamá, y por un segundo pensé que me iba a bajar del carro por no poder ayudarlo, pero no fue así. Me comentó que le vendría bien un poco de compañía en caso de surgir alguna emergencia mayor con la llanta.
Lago del Parque Nacional Cajas
En todos los 45 minutos que avanzamos tuve más incertidumbre que temor. Si bien me relajé la mayor parte del tiempo conversando sobre la ciudad de Guayaquil, Panamá, la historia de Ecuador, ex presidentes, religión y un montón de política, una parte de mí no sabía si íbamos a llegar hasta el final del recorrido.
La gran ventaja que tuvimos de nuestra parte es que el trayecto desde el parque hasta Cuenca va en total descenso, lo que facilitó más aún las cosas. De haber tenido que ascender alguna loma, tal vez la historia hubiese sido otra.
Nos detuvimos un par de veces preguntándole a cualquier transeúnte si conocía un taller abierto, pero sin éxito. Yo sólo rogaba en mi mente que la llanta no estallara en plena marcha, y más cuando íbamos en una curva. Nos tocó seguir sin parar, hasta que al fin encontramos un taller en las afueras de la ciudad.
Como el dueño del local tenía clientes por delante, le dije al conductor que seguiría por cuenta propia, que bastante hizo con sólo llevarme. Nos dimos las gracias y seguí mi rumbo hasta la parada más cercana, donde esperé un bus que me dejara por el centro de Cuenca.
A modo de retrospectiva, puedo decir que fuera del riesgo de haber viajado en un auto con un neumático más vacío que lleno, me quedó la experiencia de haber pasado un rato agradable, sin preocuparme tanto por las pequeñas contrariedades que se presentaron en el camino. Al final, todo es parte del viaje.
Para quienes han pedido aventón en sus viajes, ¿han llegado a tener algún tipo de experiencia o suceso en particular?
Nos hemos acordado de ti y esta semana te hemos dejado un regalito en nuestra entrada. Esperamos que te guste.Un saludo!
Gracias, ya la reviso 😀